15 noviembre 2004

Golosinas para nadie


Se ha establecido en la moral moderna la regla de preferencia de que el trabajo útil es mejor que el goce de lo agradable. Esto revela un 'ascetismo' específicamente moderno, que fue extraño por igual a la Edad Media y a la Antigüedad y cuyas fuerzas impulsoras son una componente muy importante de las fuerzas internas que han conducido al desarrollo del capitalismo.

El ascetismo moderno se revela en el hecho de que el goce de lo agradable que se refiere todo lo útil, experimenta un progresivo desplazamiento hasta que, finalmente, lo agradable queda subordinado a lo útil. Establece un mecanismo complicadísimo para la producción de cosas agradables, poniendo a su servicio un trabajo inconsciente: sin atender para nada al goce final de esas cosas agradables.

Al final, resulta que aquellos que más trabajo útil hacen y más se apoderan de los medios externos necesarios para el goce, son los que menos pueden gozas. Y en cambio, los grupos más ricos de vida, aquellos a quienes precisamente la voluntad de goce no les permite concurrir con el trabajo de los demás, carecen cada vez más de los medios para engendrar el goce.

Con esto, la civilización moderna muestra la tendencia a no dejar que nadie aproveche el infinito cúmulo de cosas agradables que produce. Y preguntamos: ¿a qué viene esa infinita producción de cosas agradables, si el tipo que se agota en producirlas y las posee es el que, por naturaleza no puede gozarlas mientras que el que podría gozarlas no las posee?

Cosas muy alegres, contempladas por hombres muy tristes que no saben qué hacer con ellas. Tal es el sentido de nuestra cultura.


Max Scheler, El resentimiento en la moral, 150

11 noviembre 2004

Amor griego y amor galileo

EL AMOR EN LA ANTIGÜEDAD

Todos los pensadores, poetas y moralistas antiguos coinciden en creer que el amor es una aspiración, una tendencia de lo inferior a lo superior, de lo imperfecto a lo perfecto. Todas las relaciones de amor entre los hombres se dividen en un 'amante' y un 'ser amado': y el ser amado es siempre el más noble, la parte más perfecta y a la vez el prototipo para el ser, querer y obrar del amante.

Ya Platón dice: "Si fuéramos dioses, no amaríamos", pues en el ser perfectísimo no puede haber ninguna aspiración o necesidad. El amor es aquí sólo un camino, un método. Y según Aristóteles, en todas las cosas radica un impulso hacia la divinidad, ser pensante, feliz en sí y que 'mueve el mundo' como 'primer motor', pero no como mueve un ser que quiere y obra hacia fuera, sino como "lo amado mueve al amante", esto es, atrayéndolo, seduciéndolo. La esencia del amor antiguo está elevada a lo absoluto e ilimitado con singular sublimidad, con una belleza y frialdad netamente antiguas.

EL AMOR EN EL CRISTIANISMO

En la concepción cristiana se vuelve descaradamente la espalda al axioma griego, según el cual el amor es una aspiración de lo inferior a lo superior. A la inversa, el amor debe mostrarse justamente en el hecho de que lo noble se rebaje y descienda hacia lo innoble, el sano hacia el enfermo, el rico hacia el pobre, el mesías hacia los publicanos y pecadores. Y ello sin la angustia antigua a volverse uno mismo innoble.

Ahora Dios ya no es un eterno término en reposo, comparable a una estrella que mueve al mundo como "lo amado mueve al amante" sino que su esencia misma se torna amor y, por consiguiente, creación, voluntad y obra. En lugar del eterno 'primer motor' del mundo aparece el 'creador' que lo creó 'por amor'.

Lo monstruoso para el hombre antiguo, lo paradójico, según sus axiomas, ha sucedido en Galilea: ¡Dios ha descendido espontáneamente hacia el hombre haciéndose un siervo y muriendo en la cruz! Ya no hay una idea de un 'bien supremo' que tenga un contenido más allá y con independencia del acto de amor mismo y de su movimiento. El 'summum bonum' es ahora, no un valor de la cosa, sino de acto: es el valor del amor mismo como amor, no por lo que haga o produzca.

Si se le dice al joven rico (Mc 10, 17-27) que se desprenda de sus riquezas y las dé a los pobres, no es porque los pobres reciban algo, ni porque se alcance con ello un reparto de la riqueza más propio para el bienestar general, ni tampoco porque la pobreza sea en sí mejor que la riqueza, sino porque el 'acto' de desprenderse, la libertad y plenitud que se da a conocer en este acto ennoblecen al joven rico y lo hacen todavía más 'rico' de lo que es.


Max Scheler, El resentimiento en la moral, 73 /81



Amor griego


Todos los pensadores, poetas y moralistas antiguos coinciden en creer que el amor es una aspiración, una tendencia de lo inferior a lo superior, de lo imperfecto a lo perfecto. Todas las relaciones de amor entre los hombres se dividen en un 'amante' y un 'ser amado': y el ser amado es siempre el más noble, la parte más perfecta y a la vez el prototipo para el ser, querer y obrar del amante.

Ya Platón dice: "Si fuéramos dioses, no amaríamos", pues en el ser perfectísimo no puede haber ninguna aspiración o necesidad. El amor es aquí sólo un camino, un método. Y según Aristóteles, en todas las cosas radica un impulso hacia la divinidad, ser pensante, feliz en sí y que 'mueve el mundo' como 'primer motor', pero no como mueve un ser que quiere y obra hacia fuera, sino como "lo amado mueve al amante", esto es, atrayéndolo, seduciéndolo. La esencia del amor antiguo está elevada a lo absoluto e ilimitado con singular sublimidad, con una belleza y frialdad netamente antiguas.

Max Scheler, El resentimiento en la moral, 72

10 noviembre 2004

La belleza del otro


La envidia más impotente es a la vez la envidia más temible. La envidia que suscita el resentimiento más fuerte es la que se dirige al ser y existir de una persona extraña: la envidia existencial.

Esta envidia murmura continuamente: "Puedo perdonártelo todo, menos que seas y que seas el ser que eres, menos que yo no sea lo que tú eres, que yo no sea tú". Las dotes innatas de naturaleza y de carácter de los individuos y los grupos son, sobre todo, las que suelen suscitar la envidia del resentimiento: la envidia a la belleza, la raza, a los valores hereditarios del carácter es, pues, suscitada en mayor medida que la envidia a la riqueza, a la posición, al nombre o a los honores.

Max Scheler, El resentimiento en la moral, 32

08 noviembre 2004

Lágrimas de fantasía


El llanto no es en modo alguno la expresión directa del dolor, pues son raros los dolores que hacen llorar. A mi juicio no lloramos nunca por el dolor que sentimos inmediatamente, sino por el retorno de su imagen a nuestra reflexión.

Llorar es sentir compasión de sí mismo, o sea la piedad que vuelve a su punto de partida. Está, por consiguiente, condicionado por la capacidad de amar y de compadecer, y por la fantasía. Por eso el hombre duro de corazón y que no tiene imaginación, difícilmente llora.

Los niños, cuando se hacen daño, no rompen a llorar hasta que se les compadece. No es el dolor, sino su representación el motivo de su llanto.


Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 290

06 noviembre 2004

Perderse por perderse


El más moderno y 'estético' de los laberintos y de los nudos no es aquél en el cual prevalece el placer de la solución, sino aquél en el cual domina el gusto del extravío y el misterio del enigma. Algo así como quería Borges: "La solución del misterio es siempre inferior al misterio mismo. El misterio tiene que ver incluso con lo divino. La solución, con un truco de prestidigitador".

No hay un enigma tan divertido como aquél del cual se hace una hipótesis de solución pero del que la solución misma no llega nunca. Los 'prestidigitadores' Edipo, Teseo y Perseo no son demasiado simpáticos para le mente neobarroca. Gusta más el riesgo intelectual que los precede.

Omar Calabrese, La era neobarroca, 157

05 noviembre 2004

Hermanos en la tragedia


El atormentador y el atormentado son idénticos. El uno se engaña no creyendo participar en el dolor del otro y éste creyendo ser ajeno a la culpa de aquél. Si ambos fueran curados de su ceguera, el malo reconocería que él vive en el fondo de toda criatura que sufre en el vasto mundo. Y el atormentado comprendería también que todo el mal que se hace o se ha hecho nace de esa voluntad que es su esencia y de la cual sólo es manifestación pasajera. Como tal, ha aceptado todos los dolores consiguientes y deberá soportarlos. Pues, como decía Calderón, "el delito mayor del hombre es haber nacido".

Que un conocimiento más profundo y libre no exigirá la justicia vengadora se demuestra en la moral cristiana, que prohíbe pagar el mal con el mal y que coloca la justicia eterna en una esfera que no es la del fenómeno, sino la de la cosa en sí.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 275

Bendito aburrimiento


Por su origen y por su esencia, la voluntad está condenada al dolor. Cuando ha satisfecho todas sus aspiraciones siente un vacío aterrador: el tedio. Es decir, que la existencia misma se convierte en una carga insoportable. La vida como péndulo oscila constantemente entre el dolor y el hastío, que son en realidad sus elementos constitutivos. Habiendo puesto en el infierno todos los dolores y todos los tormentos, no se ha dejado para el cielo más que el aburrimiento.

El aburrimiento no es un mal que se deba tener en poco: deja en el rostro la huella de una verdadera desesperación. Hace que seres como los hombres, que tan poco se aman, se busquen unos a otros. Es el origen de la sociabilidad.

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 245

02 noviembre 2004

Usted quiso decir...


El artista posee una anticipación de aquello que la naturaleza se esfuerza por representar. Y esta anticipación, en el verdadero genio, va acompañada de aquel grado de imaginación que le permite reconocer en las cosas particulares su Idea, pudiendo decirse que el artista comprende a la naturaleza a media palabra y expresa de un modo acabado lo que ella sólo balbucea, comunicando al duro mármol el poder de expresar la belleza de la forma que aquélla no consigue expresar sino en miles de ensayos incompletos. Parece decir a la naturaleza: "esto es lo que tú querías decir".

Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 179